Siempre compartimos la ilusión de viajar, del lugar a visitar, los preparativos, los puntos a palomear, de no olvidar los check-ins, del seguro de viaje, la compra de internet, las reservas, de la larga espera para cumplir el objetivo y de tantos etcéteras. Esos millones de detalles a considerar antes de desplazarse. Y sobre todo, nos regodeamos con lo felices que somos.
Pero poco se habla de los temores o preocupaciones que se experimentan antes de hacerlo. De esa desconfianza que puede paralizar y evitar realizar el viaje. Resulta contradictorio siquiera la mención de inseguridades antes de salir a vivir la aventura por la que se apuesta e invierte tiempo, energía y dinero para lograrlo. Pero mentiría si dijera que no es así. Mentiría aún más, si afirmara, que nunca me he sentido insegura. Es natural sentir algo de miedo aún cuando se tenga cierta experiencia.
Desde ese memorable verano de 1990 en que fui a Toronto a estudiar inglés hasta el día de hoy he sentido cierto recelo antes de partir. En ocasiones, me despierto a media noche inquieta. En otras sueño que pierdo el pasaporte. También que me roban la tarjeta de crédito. Que pierdo el tour reservado. Que me extraviaré. O que me enfermaré. Algunas inquietudes no tienen pies ni cabeza. Y así me podría ir con un largo número de dudas que parecieran obstaculizar mi objetivo. Todos sobresaltos posibles, pero no necesariamente reales.
Ahora sé que es natural que se mezclen esos miedos con la ilusión de viajar. Estoy segura de que los experimentaré desde el momento de la planeación hasta su ejecución. Coexisten, porque unos son sentimientos placenteros durante la preparación de una meta mientras que otros tratan de protegernos de los posibles contratiempos. Entiendo el mecanismo que se entrelaza entre la felicidad y el temor. Aunque “se supone” que sólo debería hacerme feliz. Pero eso no es realista, somos humanos y experimentamos todo tipo de emociones aún cuando vayamos en pos de nuestro sueño.
¿Qué hago para calmar mis ansias? Lo vivo, acepto que me siento vulnerable. Admito que me causa algún tipo de aprensión. No pierdo tiempo en negármelo.
Primero, me tranquilizo, regreso a esa parte que me rescata de darle rienda suelta a esas alarmas. Reflexiono sobre cómo me sentiría si por pánico dejara de llevar a cabo mis andanzas. Busco en mi interior la fuerza para decirme que “todo estará bien” al mismo tiempo que ejecuto todo aquello que está en mis manos para que resulte conforme a lo deseado. Indago en el motivo de mi inseguridad para remediarlo. Y no hablo de una fe infantil y ciega sino de un verdadero trabajo de autoconocimiento interno.
Luego lo racionalizo. Pongo manos a la obra. Investigo con cuidado, me informo con detenimiento del sitio que visitaré, reservo concentrada y confirmo que todo marche de acuerdo a lo necesario para realizar mi recorrido satisfactoriamente. La información da libertad y confianza.
Me recuerdo que nada de lo que ocurre en la vida, aún cuando no salga de casa, puedo controlarlo. Sólo puedo planear las cosas para minimizar los riegos de algún incidente durante el viaje, de lo demás como en la vida, el acto de viajar es un acto de fe.
Viajar es vivir, pone a prueba las destrezas para solucionar las dificultades, la paciencia, la capacidad de adaptación e independencia. Te confronta con tus prejuicios. Amplía la perspectiva sobre todo lo nuevo y transforma las certezas. Pone a prueba absolutamente todo en un lapso corto de tiempo. Sí, viajar da miedo; te saca de tu centro, de lo conocido, de lo que crees seguro. Pero también te transforma profundamente. Es más lo que te regala que lo que podría quitarte. Si todo sale bien; será una maravillosa aventura. Si no; aprenderás.
Te aseguro que hasta los viajeros más experimentados conocen la incertidumbre. Todos sienten ese nervio especial; mitad felicidad, mitad angustia. La diferencia es que no sucumben a los temores. Utilizan su experiencia y estrategias adquiridas a su favor para lograr el resultado deseado. Y esas herramientas sólo se adquieren viajando.
Si estás por iniciar una aventura y titubeas, piensa que es parte del proceso y vívelo. Haz del miedo un aliado para llevar a cabo tu sueño. Ponlo de tu lado y, más que obstruir, transfórmalo en un catalizador. Y pregúntate: ¿Me sentiría mejor hacer caso a mis incertidumbres y no explorar el mundo? Yo definitivamente no. Mil veces prefiero irme con las piernas temblando y arriesgarme a vivir nuevas experiencias. Y como alguien me dijo alguna vez: “Prepárate para lo peor, esperando siempre siempre lo mejor”.
Gabriela Casas